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El impacto de la Enfermedad Arterial Periférica (EAP) en otras enfermedades


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La enfermedad arterial periférica (EAP) presenta muchos síntomas, algunos más específicos que otros, pero suele ser completamente asintomática, lo que exaspera a los médicos, quienes solo logran detectar esta insidiosa afección cuando ya se encuentra en una fase avanzada. Se trata de un hecho gravísimo, tanto desde la perspectiva de la propia EAP y de sus complicaciones asociadas, como desde el punto de vista de otras enfermedades comórbidas.

A pesar de afectar a al menos 200 millones de personas en todo el mundo (la estimación de pacientes afectados en 2010 era de aproximadamente 202 millones de personas), la EAP no suele diagnosticarse o se diagnostica más tarde de lo que debería, lo que complica un tratamiento y un control de manera eficaz [1]. Uno de los motivos es la elevada prevalencia de la forma asintomática de la enfermedad: aproximadamente el 40 % de los pacientes son completamente asintomáticos, cerca de la mitad de ellos presenta síntomas que podrían atribuirse a otras patologías médicas y solo el 10 % muestra síntomas típicos de la EAP [2, 3].

El otro motivo es la falta de concienciación por parte de la población en general y de algunos miembros de la comunidad médica, siendo esta afirmación cierta incluso en los países desarrollados de renta alta [4-7]. Asimismo, muchos médicos no están familiarizados con las herramientas de diagnóstico modernas, basadas en la medición del índice tobillo-brazo (ITB), que les permitirían elaborar un diagnóstico de forma rápida y fácil sin ningún procedimiento especial ni formación adicional [8]. Esta situación debe cambiar cuanto antes, ya que la EAP es especialmente perjudicial si los pacientes sufren otras enfermedades (una probabilidad bastante alta).

¿Cómo afecta la enfermedad arterial periférica (EAP) a la evolución de otras enfermedades?

En sí misma, la EAP está asociada a unos índices significativos de mortalidad y discapacidad: en general, los pacientes sufren un riesgo de mortalidad considerablemente superior, cuyas estimaciones sitúan el índice de mortalidad en 5 años con una prevalencia de hasta el 30 % (en comparación con el 10 % del grupo de control sin EAP) [9]. No obstante, también es comórbida con muchas otras patologías médicas, en particular las de naturaleza cardiovascular, y suele empeorar la morbilidad, la discapacidad y la mortalidad asociadas a las mismas en distintos grados.

Un buen ejemplo sería la enfermedad arterial coronaria (EAC), la principal causa de mortalidad en el mundo, por sí misma y como parte de las enfermedades cardiovasculares (ECV) [10]. Varios estudios han demostrado que aquellos pacientes que sufren de EAC y EAP (hasta el 42 % de los enfermos) evolucionan peor en términos de salud cardiovascular y mortalidad que aquellos que solo padecen una de estas afecciones [11-14]. Esta misma afirmación también puede aplicarse a su asociación con el accidente cerebrovascular isquémico.

Algunos pacientes que han sobrevivido a un accidente cerebrovascular también padecen EAP y, de forma más específica, aproximadamente el 41 % de los mismos sufre otras enfermedades arteriales (alrededor del 30 % padece EAC, el 5 % sufre de EAP y el resto presenta ambas afecciones) [15]. Varios estudios también han demostrado que los índices de eventos de accidente cerebrovascular, infarto de miocardio y mortalidad (debido a causas cardiovasculares) eran superiores en sujetos con accidente cerebrovascular o ataques isquémicos transitorios (AIT) y EAP que en pacientes con la(s) misma(s) afección(es) cerebrovascular(es) y EAC [16]. Y, lo que es más importante, el 21 % de los pacientes con accidente cerebrovascular (y AIT) y EAP sintomática sufrieron un evento vascular o requirieron hospitalización, mientras que aquellos con un accidente cerebrovascular (y AIT) y EAP asintomática tuvieron las mismas consecuencias únicamente en el 13 % de los casos [17].

No obstante, cabe destacar que las estadísticas anteriores describen una situación incompleta, ya que solo incluyen manifestaciones sintomáticas de la EAP [18]. Varios estudios adicionales revelaron una situación bastante más desalentadora: el 51 % de los pacientes del programa SCALA (evaluación de la puntuación de riesgo sistémico en pacientes con accidente cerebrovascular isquémico) y el 33,5 % de los participantes del estudio PATHOS (estudio observacional de la enfermedad polivascular aterotrombótica) obtuvieron una puntuación baja del ITB (indicativo de la posible existencia de la EAP), pero solo el 10 % de los mismos presentaba síntomas típicos de la EAP [19, 20], lo que constituye otro motivo para realizar un chequeo preventivo (especialmente de aquellos sujetos en grupos de riesgo) de la EAP basado en la puntuación del ITB.

Otra de las patologías médicas que está afectada en gran medida (de forma adversa, naturalmente) por la EAP comórbida es la diabetes (tanto de tipo 1 como de tipo 2). La propia diabetes —o, mejor dicho, las complicaciones asociadas a la misma— fue la causa responsable de 1,6 millones de muertes en 2016, y resulta poco probable que esta cifra cambie a mejor en un futuro próximo, ya que los índices de prevalencia de la diabetes están aumentando de forma continua [21].

Al menos, el 20 % de los diabéticos padece EAP (sintomática), pero esta cifra suele considerarse una estimación a la baja, ya que, en numerosas ocasiones, la EAP es totalmente asintomática, lo que dificulta un diagnóstico a tiempo (ante la falta de herramientas de diagnóstico modernas) [22]. Se estima que la claudicación intermitente, el síntoma más típico de la EAP, es 3,5 veces más prevalente en los hombres con diabetes y 8,6 veces más prevalente en las mujeres diabéticas que en las personas no diabéticas [23]. No obstante, la claudicación intermitente es el síntoma o la complicación menos problemática de la EAP para los pacientes diabéticos.

Mucho más preocupante es la prevalencia de la EAP concomitante y de la diabetes en sujetos con isquemia crítica del miembro (ICM), así como una fase avanzada de la EAP asociada a un riesgo considerablemente superior de amputación y posterior mortalidad: aproximadamente el 50 % de los pacientes con ICM son también diabéticos [24]. Varios estudios similares revelaron que la gravedad de la ICM empeora en los pacientes diabéticos [25]. En lo que respecta a las amputaciones: los diabéticos tienen un riesgo entre 15 y 20 veces superior de sufrir una amputación que las personas no diabéticas [26].

Otra enfermedad afectada por la presencia de la EAP es la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC). Aunque la información sobre la mortalidad asociada es sólida y está respaldada por una profunda investigación, unos 3,2 millones de personas fallecieron a causa de la enfermedad en el año 2015; los datos relacionados con la prevalencia de la EAP en los pacientes con EPOC son escasos y se limitan a la información obtenida en pequeños estudios de centro único [27]. De ahí que las estimaciones varíen del 8 % al 37 % [28, 29]. Varios estudios también han indicado que los pacientes con EPOC tienen un riesgo dos veces mayor de desarrollar EAP y que aquellos sujetos que padecen ambas afecciones presentan índices de mortalidad considerablemente superiores [30, 31].

Los médicos con pacientes que padecen EAP deberían ser conocedores de sus efectos nocivos en otras patologías médicas comórbidas que el paciente también podría sufrir. Esta misma recomendación se aplica a los especialistas, como cardiólogos y diabetólogos (endocrinólogos), que deberían examinar a sus pacientes para comprobar si padecen EAP basándose en la puntuación del ITB.